Es evidente que los hilos del hegemonismo norteamericano, en contubernio con la derecha local, están activos en América Latina, muy especialmente en el intento de borrar a las administraciones progresistas y el movimiento popular generados en la zona en los últimos lustros.
Los sectores agresivos y hegemonistas de los Estados Unidos sufrieron una nueva derrota política cuando en días pasados la comunidad internacional rechazó sus pretensiones de condenar a Venezuela por presuntas violaciones de los derechos humanos.
En declaraciones a la televisora CNN el funcionario indicó que “las especulaciones oportunistas sobre las causas y los efectos de la tormenta…no son apropiadas». Se trata precisamente del hombre de Donald Trump encargado de velar por el equilibrio ecológico nacional.
Más allá de errores y críticas, la realidad es que parece estar ganando amplio espacio la comprensión mayoritaria de que un triunfo de la derecha sería la debacle nacional.
Es evidente que a través de la titulada coalición internacional que actúa ilegalmente en Siria, los sectores injerencistas norteamericanos están intentado dar nuevos giros a su interés de destruir a esa nación árabe como ya hicieron con Iraq, Afganistán y Libia.
Ciertamente Venezuela vive días complicados a partir de haberse convertido en uno de los blancos preferenciales de los fuerzas retrógradas en los últimos tiempos.
Con el presidente de facto Michel Temer acosado incluso por sus propios partidarios por graves actos de corrupción, cobra renovada validez la tesis planteda más de una vez en este espacio de Radio Reloj , acerca de que la derecha regional no es la alternativa para colocar a América Latina y el Caribe en una era de progreso, equilibrio y equidad.
Craso error de apreciación si todavía alguien se traga la píldora de que la violencia derechista en Venezuela resulta una iniciativa puramente interna.
El intento de los sectores ultra conservadores norteamericanos de revertir los logros progresistas en América Latina ha cobrado mayor intensidad en los últimos tiempos.
Cuando se pasa revista a los más recientes acontecimientos políticos latinoamericanos es imposible no concluir que está en marcha un programa regional derechista para intentar reintegrar el Sur del hemisferio al redil conducido por los intereses hegemónicos del Norte.
El hecho de que Londres haya decidido decirle adiós al pacto comunitario europeo y afiliarse a la tendencia que algunos ya califican como “nacionalismo económico” mediante su separación de la Unión Europea, no es ni será un proceso simple y sin consecuencias.
El reciente ataque terrorista ocurrido en Londres, a las puertas del mismísimo Parlamento británico, vuelve a colocar sobre la mesa la irresponsabilidad mayúscula de los intereses hegemónicos que se han valido y se valen del extremismo islámico en sus acciones injerencistas en Asia Central y Oriente Medio.
La insistencia del Secretario General de la Organización de Estados Americanos, OEA, el ex canciller uruguayo Luís Almagro, de secundar los planes golpistas contra la Venezuela Bolivariana, indican no solo su personal cariz reaccionario, sino además el control histórico que sobre ese mecanismo panamericano ejercen las peores fuerzas del Hemisferio, empezando por Washington.
Los candidatos a la segunda vuelta electoral por la presidencia ecuatoriana, Lenín Moreno, del gubernamental Movimiento Alianza País, y el derechista Guillermo Lasso, ya se encuentran en plena campaña.
Todo indica que va llegando a su mayor declive la maniobra política mediante la cual la derecha brasileña instigó la deposición de la presidenta Dilma Rousseff.
Luego de un proceso eleccionario donde el candidato progresista Lenín Moreno se alzó con la victoria, Ecuador deberá ir a una segunda vuelta en las próximas semanas, en la cual el aspirante de Alianza PAIS se enfrentará al derechista y magnate bancario Guillermo Lasso.
Ante un cambio de gobierno en Washington cuya característica es hasta hoy la inestabilidad en sus criterios, viene como anillo al dedo que otro gobierno experimentado como el ruso coloque bien claras sus prioridades y la agenda sobre la que deben basarse las relaciones mutuas.