Hay informaciones que por retorcidas en su contenido no dejan de despertar indignación y repudio, o alarmante asombro cuando menos.

Se trata de que, a raíz de la destrucción de buena parte de Texas por el huracán Harvy, y del brutal recorrido de Irma por el Caribe y La Florida, el responsable de la Agencia Estadounidense de Protección Ambiental, Scott Pruítt, dijo apresuradamente a los medios informativos que “este no es el momento para hablar sobre el papel que el cambio climático puede haber jugado en tales episodios.”

En declaraciones a la televisora CNN el funcionario indicó que “las especulaciones oportunistas sobre las causas y los efectos de la tormenta…no son apropiadas». Se trata precisamente del hombre de Donald Trump encargado de velar por el equilibrio ecológico nacional.

Del jefe imperial

Vale recordar que tras la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, el nuevo mandatario decidió retirar a su país del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Y es que, como señala la publicación mexicana Por Esto, “el actual presidente norteamericano se niega a considerar todos los pactos destinados a intentar neutralizar las condiciones que propician el cambio climático, cuya principal implicación es el calentamiento del planeta. Simplemente niega que tales fenómenos tengan un carácter extraordinario o se deban a causas humanas.”

Donald Trump y quienes le apoyan no han mencionado el cambio climático en estos días aciagos para las víctimas, muchas de ellas ciudadanos estadounidenses, de una naturaleza trastocada por emisiones de gases contrarios a la regularidad atmosférica.

Voces discordantes

La propia Agencia Norteamericana para la Aeronáutica y el Espacio (NASA)  ha afirmado que el cambio climático, ligado al calentamiento global, influye en el medio ambiente. Así pues, modifica los patrones de lluvia, acelera la erosión, demora los cambios estacionales en algunas regiones, derrite la capa de hielo y la superficie de los glaciales, y altera el rango de enfermedades infecciosas.»

Ciertamente, medios científicos aseguran que desde la década del 70 del pasado siglo a la Tierra se le cercenó su capacidad de autogeneración frente a las cargas contaminantes.

En términos más directos ello implica casi medio siglo en que todo lo nocivo que se arroja a los mares y cauces fluviales, las planicies y montañas, o la atmósfera, llegó para quedarse y multiplicar los daños sin remedio.