La Habana, Cuba. – Todos los cálculos les fallaron a los gobernantes de Estados Unidos y su Agencia Central de Inteligencia cuando fraguaron aquel plan de agresión militar, después de una andanada de acciones de hostigamiento político y económico.

La bisoña Revolución Cubana -dedujeron- colapsaría, sin fuerzas para enfrentar una invasión armada que facilitaría la instalación de un gobierno fantoche como antesala de la intervención militar de Washington.

El asalto llegó el 17 de abril de 1961 por la bahía de Cochinos, en la península de Zapata. La Brigada de asalto 2506, entrenada y muy bien apertrechada por expertos estadounidenses, imaginó que su desembarco anfibio y aéreo sería un paseo, hasta conquistar una porción de tierra firme. Muy cerca aguardaba un convoy naval norteamericano, para acudir en su ayuda. Pero en aquellos parajes los mercenarios se empantanaron.

La fuerza de un pueblo

En aquellos días convulsos del 61 Cuba estaba en pie de guerra. En la agreste costa de la península de Zapata unos pocos hombres dieron inmediata riposta a los invasores.

Luego se unirían fuerzas del Ejército Rebelde, de la Policía, de las Milicias recién estrenadas y osados pilotos de aviones maltrechos, capaces de asestar un golpe demoledor. Y en la primera línea de combate, Fidel.

La orden era no ceder ni un palmo. Los estrategas de la invasión desestimaron la estirpe de jóvenes -casi adolescentes- transformados en héroes junto a sus piezas de artillería; de sencillos trabajadores que abandonaron fábricas y oficinas para ir a la avanzada junto a combatientes más fogueados.

A sangre y fuego se defendió la tierra cubana, indomable como su Revolución. La batalla y el triunfo en Girón siempre serán una lección, una advertencia.