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La Habana, Cuba. – Los sismógrafos no registraron la sacudida, acostumbrados sus sensores sólo a captar los movimientos de profundidades de la tierra. Pero aquel enero del 59 Cuba sintió un enorme estremecimiento en sus entrañas.

Lo supieron el sátrapa, y los verdugos, los ladrones, los politiqueros, los anexionistas, que huyeron en desbandada. Lo supieron los jornaleros, los campesinos sin tierra, los niños sin escuelas, las mujeres excluidas, los jóvenes sin futuro, que se lanzaron a las calles a gritar su júbilo y a acompañar aquella caravana de verde, como la esperanza.

¿Cómo olvidar al hombre que venía al frente? Aquel que desafió duros escollos y sufrió momentos amargos, pero jamás flaqueó, ni cedió en sus principios hasta alcanzar la victoria. Fidel se llamaba.

Se hizo pueblo, y maestro de la Revolución social más auténtica, con una visión estratégica que sobrepasó fronteras y tiempos.

Ideas que sustentar

Con claridad meridiana, Fidel dejó dicho: «los hombres pasan, los pueblos quedan; los hombres pasan, las ideas quedan».

Tal era su convicción en el pensamiento revolucionario, ético, ése que confía en un mundo de paz, con justicia social y derecho a la vida para todos.

A 94años de su nacimiento en esta tierra insurgente y generosa, Fidel sigue dándonos lecciones. Está presente en ese médico cubano que enaltece su profesión y acude en ayuda del necesitado en cualquier país, sin mezquinas aspiraciones. Y en esos científicos que hoy llenan de orgullo a sus compatriotas. Y en quienes asumen con responsabilidad la batalla crucial contra el coronavirus.

Fidel acompaña cada batalla frente al imperio enajenante y egoísta que no cesa en su empeño por asfixiar a Cuba socialista y parece olvidar que a ella la protege -como al Comandante- un chaleco moral.