La Habana, Cuba. – Desde que los primeros homínidos abandonaron África hace casi 2 millones de años, la emigración ha sido una parte consustancial a la especie humana, nómada por excelencia desde los albores de la Humanidad.

Quizás por esa razón atávica, en la época moderna los conglomerados humanos siempre se han movido de una frontera a otra, ya sea por un peligro inminente o por necesidad o simplemente por el mero deseo de cambiar de aires.

En nuestros días, en este mundo desigual que concentra la riqueza en un puñado de países del Norte desarrollado y opulento, resulta casi normal migrar hacia esas naciones desde el Sur empobrecido y esquilmado.

En Cuba la emigración tiene raíces históricas, vinculadas a la formación de la nacionalidad, y en ese sentido hay viejos lazos con Estados Unidos, donde incluso antes de la Revolución se asentaron muchos cubanos.

Peligrosas travesías

La decisión de Estados Unidos de reducir a la mínima expresión los lazos con Cuba tuvo un impacto sobre la tradicional emigración desde nuestro país hacia el Norte.

Las evidencias están en el aumento de las salidas irregulares por mar, muchas veces con resultados fatales, o en el paso de algunos por varias fronteras latinoamericanas, bajo el riesgo de caer en manos de traficantes de personas o bandas de delincuentes.

Y es que el gobierno de Estados Unidos mantiene un tratamiento diferenciado para los emigrantes cubanos, a quienes, con la Ley de Ajuste, ofrece facilidades que no tienen los nacionales de otros países.

El atractivo de esa extraña legislación opaca el riesgo que tienen que correr quienes se lanzan a peligrosas travesías marítimas y terrestres, y así pasa a ser, más que una ley, una herramienta política asesina.