Perú trata de engrasar su maquinaria turística con la que pretende sacar lascas de una milenaria cultura y una exquisita gastronomía.

Todavía es incipiente ese sector que el pasado año recibió a 4,3 millones de vacacionistas, una cifra aún baja si se tienen en cuenta las potencialidades de esa nación andina.

Machu Pichu, el misterioso enclave inca, y el Centro Histórico de Lima, siguen siendo las mayores atracciones no solo para los extranjeros, sino también para los peruanos, quienes viven muy orgullosos de la herencia prehispánica.

La afamada comida de Perú refleja un acentuado mestizaje, que hizo que en 2006 proclamaran a Lima como Capital Gastronómica de América Latina.

Desde los limones del norte que se usan en el afamado ceviche, hasta la mazorca de maíz gigante típica del Cusco, todos conforman una amalgama gastronómica de respeto que sorprende a los turistas.

Hambre y anemia

Mis hijos pasan hambre y yo también, dice  llorosa Hilda Huanshe, una peruana que a los 40 años aparenta tener 20 más. Ella tiene dos niños pequeños que corretean a su alrededor mientras vende gorras en una esquina de Lima.

El pasado año, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, dijo que 2,5 millones de peruanos sufren de hambre.

Estadísticas oficiales reconocieron que además el 43,5 de los menores de tres años padece de anemia. Pero ese mal no es exclusivo de las zonas rurales, ya que casi la mitad de los niños que lo padecen viven en áreas urbanas.

Hambre y anemia azotan a la sociedad peruana, que paradójicamente tiene un pilar turístico en una gastronomía de excelencia, pero de la que solo sus olores están al alcance de todos.