La Habana, Cuba. – El alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en su ingenio La Demajagua inaugura en la historia nacional el empleo de la vía armada como forma de lucha para alcanzar la independencia.

El abogado bayamés tuvo la clara percepción de que era preciso no dilatar el alzamiento y aprovechar a su favor el difícil contexto político de España.

Apoyado por los tuneros, determinó el inicio del proceso revolucionario para el 10 de octubre de 1868, dando apertura a la Guerra de los Diez Años.

El insigne bayamés afrontó a la Corona española con su declaración de guerra, a la par que daba la libertad a sus esclavos para que fueran partícipes también de aquella lucha. Independencia absoluta y deseos de abolición eran las premisas esgrimidas por el Padre fundador.

Bendita insubordinación

Otra coyuntura precipitó que se adelantara la fecha, prevista para el 14, para el 10 de octubre: la inminencia del descubrimiento del complot del que estaban ya al tanto las autoridades coloniales.

Para garantizar la unidad en torno a su alzamiento, Céspedes centralizó la dirección revolucionaria en su persona, unificando las funciones militares y las civiles, criterio que no fue compartido por los patriotas de otras regiones.

El hombre que la historia consagraría como El Padre de la Patria, el rico abogado nacido en cuna de oro y criado para perpetuar el orden existente, tomó el camino de la revolución y el de su anhelado sueño de ver a una Cuba independiente.

Su insubordinación resultó bendita y se insertó con letras de gloria en la historia. La revolución había que salvarla desde el enfrentamiento y la continuidad.

Dignidad y rebeldía

Gracias a la decisión de Céspedes se aceleró el levantamiento en Camagüey y la insurrección se extendió por el Oriente del país, vinculando los intereses cubanos a la abolición de la esclavitud.

Hombre de recia personalidad y concepciones arraigadas, Céspedes jamás aceptó oferta alguna del enemigo, ni siquiera cuando su hijo cayó prisionero y le propusieron canjearlo a cambio de deponer las armas.

Para quien la independencia se conquistaba con el machete y las balas, no había más opciones y dio el ejemplo sacrificando fortuna, posición y familia. “He hecho lo que debía hacer”, dijo quien lo ofrendó todo tras su viril ejemplo en La Demajagua.

Céspedes fue ese hombre excepcional que nos legó la Patria y simbolizó en sí mismo el espíritu de los cubanos de aquella época y la dignidad y rebeldía de un pueblo que comenzaba a nacer en la historia.