Monumento a Máximo Gómez en La Habana

La Habana, Cuba. – Una breve semblanza de Máximo Gómez, hecha por los que lo conocieron, lo caracteriza como de buena estatura, flaco, de tez trigueña y mirada penetrante. Sobrio en las comidas, no fumaba ni profería malas palabras, ni permitía que las dijeran en su cuartel.

Militar insigne, pero no militarista. Guerrero donde los hubiera, pero antiguerrerista.

Cuando llega a Cuba con 29 años, ya era un soldado experimentado en República Dominicana, y tres años más tarde se consagra como cubano por derecho propio.

El 26 de octubre de 1868, en un lugar llamado Venta del Pino, Máximo Gómez al mando de 40 hombres, arremetió contra una tropa española compuesta por 700 soldados, que intentaba someter al Bayamo de Céspedes. ¿Cómo lo hizo? Ordenó desenvainar los machetes, y a puro coraje desbandó al enemigo. Ese machete de la primera carga, jamás cesó sus servicios a la causa de Cuba.

Quemar la colmena

Conocemos la respuesta de Maceo al pacto del ZanjónNo con menos dignidad respondió Máximo Gómez: No cambio yo estos andrajos que constituyen mi riqueza, y son mi orgullo; sé respetar el puesto que ocupé en esta revolución.

En el Generalísimo, táctica y estratégia se unían en un solo propósito: lograr la independencia.

Su filosofía militar se resumía en una frase: Hay que quemar la colmena para que se vaya el enjambre. Y para quemar la colmena, Gómez realizó hazañas incontables.

La Sacra, Palo Seco, Mal Tiempo, Coliseo, Calimete… Ni Washington en el Norte; ni Bolívar, Sucre, San Martín en el sur de América, enfrentaron tropas comparadas con las destacadas en Cuba.

El mambí dominicano también se opuso a la ocupación de Estados Unidos. Hasta su muerte el 17 de junio de 1905, dejó en claro que solo la independencia de Cuba traería a sus hijos la paz moral.