Cuanto de turbio y desestabilizador ha acontecido en nuestra área geográfica en los últimos tiempos, refuerza los criterios en torno a la aplicación, a escala regional, de una estrategia derechista y hegemonista – una suerte de conjura del infierno- para evitar el tránsito político de América Latina y el Caribe hacia gobiernos progresistas y populares.

Si para Donald Trump su aspiración de “América primero” era un himno al supremacismo gringo en todo al ámbito planetario, el llamado de Yoe Báiden a la “vuelta estadounidense al trono global” no es diferente en ningún sentido al de su predecesor, y eso lo captan y conocen los sectores oligárquicos del Cono Sur.

Por demás, los métodos para concretar tales planes y desmanes siguen siendo los clásicos de todo programa interventor.

Realidades a la mano

Hoy puede hablarse con toda certeza de que existe un evidente y articulado plan de “derechización” regional para nuestro retorno a los cánones de “traspatio seguro” de un Estados Unidos que puja desesperadamente por no  rodar a puestos segundones globales, al influjo de una correlación internacional de fuerzas donde hace buen rato ya no las tiene todas consigo.

De manera que, para muchos, las renovadas agresiones a Venezuela, los trabas al proceso electoral peruano impuestos por la derecha reaccionaria, el exterminio de la fuerzas populares colombianas, o el reciente intento de desestabilización en Cuba, tienen el nocivo componente agresivo-mediático.

Como se sabe, ya eso se había ensayado con éxitos primarios en casos como los de Brasil, o el golpe de estado fraguado en Bolivia.