La victoria electoral, proclamación como presidente, y asunción a su cargo de Pedro Castillo, en Perú, confirma que los proyectos reaccionarios y neoliberales se colocan otra vez en franco retroceso en América Latina.

La puja entre las dos fuerzas regionales, la gente convencida de la urgencia de transformaciones profundas, y aquellos ligados a la explotación y el desprecio ancestral por las mayorías, parece inclinarse otra vez a favor de los primeros.

Y no es para menos. De hecho, si por un tiempo el ataque mediático hegemonista y las maniobras internas de sus acólitos nativos golpearon a más de un gobierno o fuerza popular, el desprestigio y la violencia brutal con las que quisieron imponer su bastardo modelo terminaron por ser la piedra de amolar que gastó sus malsanas vestiduras y mostró sus entrañas.

Balance positivo

La renovada influencia de la izquierda regional salta a la vista, frente a un desgaste monumental de los defensores del espacio reaccionario en América Latina.

En estos días, por ejemplo, gobiernos progresistas del área han cuestionado directamente la inutilidad histórica de la Organización de Estados Americanos (OEA) como organismo regional tutelado por Washington.

A su vez, han dado una sólida respuesta solidaria con Cuba ante los intentos de desestabilización interna fraguados desde Estados Unidos, y han movilizado su apoyo concreto a la Mayor de las Antillas ante las carencias acrecentadas por el bloqueo gringo en medio de los rigores de la pandemia de la COVID-19.

Por otro lado, trabajan por una verdadera unidad latinoamericana y caribeña, en medio de su diversidad, favorable a la paz y la dignidad.