Ciertamente América Latina sigue siendo un espacio de abierta confrontación de ideas y fuerzas contrapuestas.

De un lado, los tradicionales oligarcas con un amplio apoyo externo de corte hegemonista, intentando mantener sus privilegios y la salvaguarda de los intereses estratégicos ajenos.

De otro, una oposición popular de los más variados tonos, que no obstante, y en buena medida, ha aprendido a través de los golpes históricos a apuntar a una convergencia cada vez más amplia y solidaria, sin que esté exenta de errores, cabeceos e ineficacias.

Máculas que no pocas veces han sido muy bien aprovechadas por sus oponentes armados de demagogia y de un amplio poder mediático para confundir, engañar, desencantar y volver a las riendas del poder. Una noria en pleno desarrollo por estos difíciles días de feroz pandemia.

De parte y parte

Lo interesante de la situación Latinoamericana es que la historia se mueve en espiral, que pueden ser más abiertos y cerrados a partir de cómo se manifiestan.

Y al menos en estas fechas, sin hablar de victorias absolutas, lo cierto es que la ofensiva reaccionaria enfrenta malos momentos. No es nuevo.

Las promesas demagógicas mueren casi al nacer y la gente reacciona contra lo que se dijo y no se hizo.

De ahí la cadena de manifestaciones y rebeldía que han vivido y viven naciones como Colombia, Brasil o Chile, donde aparecen claros pasos positivos como una resistencia organizada a pesar de la represión en el primer caso, o la materialización de cambios estructurales como en el caso chileno con la instauración de una Asamblea Constituyente impuesta a la oligarquía.