No podía ser de otra forma: el nuevo paladín de la cruzada anticubana, Marco Rubio, se opone al acuerdo entre la Federación Cubana de Béisbol y las Grandes Ligas.

El ultraderechista senador republicano salió rápido a criticar el convenio y llegó a lanzar dardos contra la Administración Trump. Le he pedido al Departamento de Estado y a la Casa Blanca que revisen el acuerdo, dijo Rubio en su cuenta de Twitter.

La rabieta del legislador, que se opone a todo lo que huela a relaciones normales con Cuba, pasa por encima de la opinión de peloteros que llegaron antes a Estados Unidos, casi siempre por vías no muy ortodoxas.

De manera casi unánime todos han aplaudido el pacto, e incluso alguno ha dicho que preferiría pagar a la Federación Cubana, antes que a los chupasangres que le cobraron en una incierta travesía en la que arriesgó la vida.

No nos conoce

Es muy largo el expediente anticubano de Marco Rubio, convertido en impulsor de cuanto invento aparezca en Washington contra nuestro país.

Él es el primer hijo de cubanos que llega al Senado norteamericano, pero, como nació en Miami, no sabe nada de la realidad cotidiana de Cuba y mucho menos de nuestro béisbol.

Nunca jugó cuatro esquinas, ni corrió descalzo las bases, ni fildeó a mano limpia…ni siquiera bateó un jilito jugando al taco con un palo de escoba. Su desconocimiento es total. No sabe que todos los cubanos son expertos en meteorología, dominó y pelota, y que hasta las mujeres, la que más y la que menos, ha jugado en un pitén callejero o en un partidito de kickin bol.

Marco Rubio es un acérrimo adversario de la Revolución Cubana y por eso quiere destruir los puentes entre Cuba y Estados Unidos, aunque tenga que cerrar los estadios de las Grandes Ligas.

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