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La Habana, Cuba. – Un pequeño tocoro sonriente y en ropa deportiva marcó por espacio de 15 días de agosto los XI Juegos Panamericanos de La Habana en 1991.

Convertido en la mascota oficial de la lid, Tocopán saltó, lanzó, corrió, premió y hasta lloró junto al pueblo capitalino, que desde entonces no ha sido el mismo a la hora de hablar, disfrutar y vivir el deporte.

El legado abarcó mucho más que instalaciones y medallas. La Habana tuvo sus anhelados Juegos después de una ardua lucha —con injusticia de por medio—, pues aspiró a organizar los anteriores, pero los altos directivos de la Organización Deportiva Panamericana optaron por otorgárselos a Indianápolis, Estados Unidos.

Nuevas instalaciones al este de La Habana, remodelación de algunas usadas para la cita centroamericana y un respaldo de público total fueron huellas de aquella cita.

Primer lugar único e histórico

Nada ha perdurado más en La Habana en materia deportiva, social y política que el recuerdo de aquel agosto, cuando Cuba asaltó por única vez el primer lugar del medallero en Juegos Panamericanos con 140 coronas, por delante del primer lugar histórico: Estados Unidos.

Con entrada libre para el pueblo, la fiesta llamó poderosamente la atención a los atletas visitantes por el amplio respeto y alegría que la afición les regaló, así como por la presencia en todos los escenarios de competencia del líder histórico de la Revolución, Fidel Castro Ruz.

Ese legado del Tocopán puede extenderse al movimiento de pueblo antes, durante y después de los Juegos.

La capital cubana nunca volvió a ser la misma. Nueve años antes habían acogido la cita Centroamericana, pero las hazañas de los campeones panamericanos fueron superiores por la calidad y las figuras de nivel mundial.