La Habana, Cuba. – La noticia no por esperada deja de doler. Hace semanas que Félix Isasi, uno de los tres mosqueteros clásicos de aquel equipo Henequeneros, estaba batallando con la vida, con una insuficiencia cardíaca.
A esa no pudo conectarle hit, tampoco esconderle la bola como tanto le gustaba y mucho menos batearle por detrás del corredor. El 2 de febrero sus ojos se apagaron y toda la familia beisbolera sufrió una herida en carne propia.
Isasi no fue solo una de las segundas bases más versátil, completa y recordada en la pelota cubana. Su huella iba a la amistad eterna con quienes jugaron a su lado; al consejo oportuno con los jóvenes talentos; a la fidelidad probada a su terruño yumurino y a su Cuba querida.
El adiós en el Palmar de Junco, donde realizó atrapadas increíbles y decidió más de un partido, fue solo cumplir con la voluntad de uno de los exaltados al Salón de la Fama de ese lugar.
Esa bola escondida no se vale Isasi
Félix Isasi contagió con su sonrisa y alegría a más de uno dentro del terreno o en las gradas. Es imperdonable no recordar cuando se nos fue a la eternidad.
El Mundial de 1969, el triunfo un año más tarde con sus Henequeneros adorados y el retiro oficial cuando se dio cuenta que no le llegaba a una bola que antes lo hacía con los ojos cerrados.
Isasi es de la generación que dejaba el alma en el terreno y hasta lesionado jugaba. Solo hoy podemos reprocharle algo: esta bola escondida no se vale. No hacía falta ponerle out a nadie en segunda base, nosotros queríamos al Isasi incansable y crítico, al que nada pedía porque su historia ya estaba escrita.
Al que corría como un bólido sin dejar de ser caballeroso cuando se tiraba duro en una almohadilla. Mereces un recuerdo de aficionados y peloteros. Isasi, esta bola escondida no se vale.