La historia no tiene tiempo para ser justa. Como frío cronista no toma en cuenta más que los resultados. Stefan Zweig.
La Habana, Cuba. – Hoy les comento un libro que por casualidad cayó en mis manos, “Momentos estelares de la humanidad” del escritor austríaco Stefan Zweig. Es un texto escrito en el 1927 que consta de 14 acontecimientos de la historia mundial, los más importantes desde su punto de vista; aquí lo dicho por él:
“…el inesperado éxito de mis libros proviene, según creo, en última instancia de un vicio personal, a saber: que soy un lector impaciente y de mucho temperamento. Me irrita toda facundia, todo lo difuso y vagamente exaltado, lo ambiguo, lo innecesariamente morboso de una novela, de una biografía, de una exposición intelectual. Sólo un libro que se mantiene siempre, página tras página, sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles que les quitan tensión y les restan dinamismo”.
El libro que reseño, editado en Cuba, solo recoge cinco de estos retratos, los del siglo XIX. Fue publicado hace muchísimos años, desgraciadamente no aparece la fecha en el volumen, pero su papel tiene la marca de los años.
El escritor, biógrafo y activista social austríaco Stefan Zweig nació en Viena, Imperio Austro-húngaro, actual Austria, el 28 de noviembre de 1881 y muere por suicidio junto a su esposa en Petrópolis, Brasil, el 22 de febrero de 1942.
Menciono brevemente cuales son los relatos: “Waterloo, minuto mundial”, en este resulta interesante que se toma como punto focal del hecho no a Napoleón, sino al mariscal Grouchy, militar sobre el cual gravitó el desenlace de esa batalla. Se muestra el pequeño trecho que existe entre el cumplimiento de las órdenes, pese a todo, o la iniciativa individual. Nos comenta el escribidor sobre los minutos previos al comienzo de la batalla:
“-¡Vive l´ Empereur!
Durante los veinte años napoleónicos, ninguna revista militar había alcanzado la magnificencia y el entusiasmo admirable de aquella. Era la última que realizaba.
Cuando enmudecieron los gritos, sonaban las once. Eran dos horas más tarde de lo previsto -¡dos horas fatales de atraso!- Ordenósele a la artillería que concentrara el fuego contra “las guerreras rojas” instaladas en la colina, dado que Ney, lebrave des braves, avanza entonces comandando la infantería marcialmente.
De este modo comenzó la hora suprema de Napoleón.
El segundo es “La elegía de Marienbad”, el cual muestra un tormentoso evento en la ancianidad de Goethe, un amor imposible que da pie a un de sus poemas. En el último párrafo nos dice el autor “Se puede llamar memorable ese día y evocar respetuosamente su memoria al cabo de un siglo, pues, a partir de él, la poesía alemana no ha tenido otro momento grandioso que supere al torrente de indudable sentimiento contenido en esa eximia poesía.
“Un descubrimiento El Dorado” se nombra el tercer relato. Este hace referencia a cómo la voluntad, o quizás la tozudez, de un hombre, Juan Augusto Suter, creó una de las más grandes corrientes migratorias en el siglo XIX, la fiebre del oro, historia en la cual la suerte, también tuvo su parte. Aquí plantea Zweig: “Resignado, sigue haciendo antesala en el palacio del Congreso. Allí, en la escalera, el día 17 de julio de 1880, cae por fin derribado por un síncope cardiaco que pone fin a todas sus desdichas. Yacente está en el suelo el cadáver de un pordiosero: un mendigo en cuyo bolsillo se encuentra una sentencia legal en la que se le reconoce, a él y a sus herederos, la posesión del más rico y extenso patrimonio que la historia de la humanidad ha recordado”.
El cuarto y penúltimo texto, “Momento heroico” se relaciona con algo de lo relatado en la novela póstuma del escritor ruso Fiodor Dostoievski, Los hermanos Karamazov. Y cierra este volumen “Primera lucha por el Polo Sur” donde se narra de manera sucinta la epopeya del Capitán Scott por alcanzar el honor, para la Gran Bretaña, de ser el primero en llegar allí. Pero muchas veces la voluntad no basta para lograr algo, al arribar al punto, encontró allí una bandera atada al árbol de un trineo clavado en el suelo ante los restos de un campamento abandonado. Varas de trineo y huella de perros, el noruego Amundsen había acampado en el mismo sitio, unos quince días antes. Y dice el escritor “estos son los segundos – retrasados un triste mes entre millones de meses- los segundos de toda una humanidad para la cual el primero lo es todo y el segundo no se tiene casi en cuenta”.
Se hubieran podido escoger otros acontecimientos para describir, pero no se puede negar que lo recogido en estas breves páginas fue trascendental. Sobre todo, por la impronta de Stefan Zweig que nos hace vivir el momento como si estuviésemos allí.