La Habana, Cuba. – El sueño de los hegemonistas de siempre es tener al frente naciones tan débiles y corroídas como para poder imponerle lo que les venga en ganas sin temor a respuestas airadas y contundentes.

Y en América Latina trabajar a favor de “Estados fallidos” -para usar su propia jerga despreciativa- es un empeño que aplauden y suscriben.

De manera que a tales intereses les convienen países donde los índices de desestabilización sean altos, al punto que la delincuencia, el narcotráfico, la corrupción y toda ilicitud serán siempre bienvenidas.

Porque un “Estado fallido” siempre será manipulable y abrirá espacios incluso para que pretendidos socios poderosos ofrezcan y desplieguen “apoyo y asistencia” in situ para contener el tan conveniente desorden.

En pocas palabras, injerencismo a pulso tras la hipócrita cortina de socorro.

No pocas experiencias

En consecuencia para los latinoamericanos y otras naciones empobrecidas todo índice de caos interno es un asunto no solo de seguridad, sino de integridad nacional.

Y si repasamos nuestra historia regional hasta ahora mismo, no pocos despliegues y acciones militares hegemónicos desde el Norte hemisférico contra el Sur, han tenido como pretexto la desestabilización local y la pretendida carencia de repuesta oficial interna para poner coto al desorden.

Eso, junto a que también ciertas autoridades locales han solicitado servilmente el resguardo del Socio Mayor.

Y por esa vía se han aposentado bases bélicas en suelo ajeno, e incluso se ha incitado artificialmente el desbarajuste para cambiar por la fuerza gobiernos incómodos a cuenta de asegurar la presunta paz ciudadana.