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Salvando las distancias porque en otros tiempos ayudaron a cambiar el curso de los acontecimientos, lo que acontece en las universidades de Estados Unidos recuerda los finales de 1960 e inicios de los 70, y el movimiento que estremeció al país contra la guerra en Viet Nam; o, unos 20 años después, las protestas contra el apartheid en Sudáfrica, que empezaron, como ahora, en Columbia.

En esta ocasión, las movilizaciones estudiantiles exigen el cese del apoyo al régimen de Israel por su masacre en Gaza y, como en las ocasiones anteriores, se han diseminado por un amplio número de universidades de toda la nación y pasado a lo que, incluso libelos defensores del gobierno llaman «una nueva fase», con el establecimiento de campamentos que prometen movilizaciones extendidas en el tiempo y resistencia, pese a la represión.

¿Flaqueará Biden?

Empleo de antimotines y cientos de detenidos, constituyen el saldo hasta ahora del enérgico llamado a la administración Biden por jóvenes que intentan detener el crimen contra el pueblo palestino: un genocidio que tiene lugar gracias al respaldo de Washington a Israel.

Ellos reclaman una condena a la masacre y que sus universidades corten vínculos con empresas que respaldan a Tel Aviv. Iracundo y prepotente como siempre, el primer ministro sionista, Benjamin Netanyahu, ha llegado a la injerencista posición de criticar las protestas y pedir mayores castigos para sus protagonistas, acusándoles de Antisemitismo.

Sorprendido, quizá, por un nuevo e impensado escollo en sus deseos de reelección, el Presidente de Estados Unidos permanece en silencio pensando, tal vez, que se trata de «una nube pasajera». Lo que ocurre, sin embargo, parece una tormenta.