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Mientras Washington intensifica la guerra comercial contra China y dicta nuevas medidas contra Rusia, esas naciones fortalecen sus lazos y, más que eso, consolidan el carácter estratégico de esos nexos.

En posesión de las economías emergentes más poderosas del planeta, ambos países constituyen el pilar de la multipolaridad que se gesta, al ocupar el platillo contrario en la balanza que hasta ahora han dominado Estados Unidos y Occidente.

Por eso, tanto Washington como Bruselas los ven como una amenaza a su poder, hasta hace poco omnímodo.

Ello está sobre el tablero cuando el presidente Vladimir Putin desarrolla una visita oficial a China que constituye su primer viaje al extranjero después de asumir como presidente reelecto, y confirma el magnífico estado de las relaciones bilaterales, así como el interés mutuo de seguirlas ensanchando.

Encuentro entre estadistas

La visita de Putin a China ha incluido un nuevo encuentro con su colega Xi Jinping. No solo resulta importante hacer más prolífero el ya amplio intercambio comercial bilateral.

Como líderes de dos países que desafían, virtualmente solos, el orden establecido, Xi y Putin reflexionan en torno a los problemas del mundo. Entre ellos se encuentran las amenazas de la OTAN a Rusia en virtud de su conflicto con Ucrania y el afán de Occidente de debilitar a Moscú; la guerra tecnológica y comercial desatada por Estados Unidos contra China y, obviamente, el desatino que consterna a la humanidad: la impune guerra de exterminio de Israel contra el pueblo palestino. Los nuevos pronunciamientos de Xi Jinping y Vladimir Putin no cambiarán el mundo mañana; pero de la asociación de sus países, depende mucho ese mañana. Por eso es estratégica.

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