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Cuando en política las cosas no marchan, o no se hacen bien, el terreno queda abierto en el imaginario humano para aceptar cualquier llamada o decisión demagógicas.

En el primer caso, porque lo que no resuelve agobia y cansa. En el segundo, porque a nombre de los cambios nada sucede que valga la pena, e incluso hasta los que exhortan discurren y viven a miles de millas de la realidad colectiva.

Entonces pasan cosas como la elección de Javier Milei para presidente de Argentina por la preponderancia de las frustraciones y no de la razón en la voluntad de muchos.

Luego llega la dura verdad de los trastazos, y ya es tarde para prevenir y evitar daños mayores. Y es eso lo que viene ocurriendo con las decisiones claves del presidente “libertario”, ahora con  su línea de promover la inversión externa.

A como de lugar

El caso es que para el libertario Javier Milei el fin justifica los medios, e imbuido de que Argentina requiere dinero extranjero para salir del hueco económico, pretende lograr esos montos brindando a los intereses extranjeros hasta la ropa íntima.

Se trata de su titulado  Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones, RIGI, que llama a los capitales foráneos a posarse en el país entregándole por treinta años la explotación de recursos naturales estratégicos argentinos sin que la nación reciba nada a cambio.

En pocas palabras, cero impuestos y libertad absoluta para importar y exportar insumos sin ningún tipo de arancel o control nacional. Una absoluta panacea que hará de Argentina una neocolonia económica absoluta, como ya se denuncia por la oposición y no pocas entidades populares.

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