La Habana, Cuba. – Ciento cincuenta y tres años atrás, en la indómita Bayamo liberada por fuerzas insurrectas apenas diez días después del alzamiento en Demajagua, sus pobladores hicieron suyo un canto de combate y victoria con versos ardientes de Perucho Figueredo.

Luego sería reconocido como el Himno Nacional, aquel a cuyos acordes -como dijo José Martí- en la hora más bella y solemne de nuestra Patria se alzó el decoro dormido en el pecho de los hombres.

Teniendo en cuenta el alcance histórico del acontecimiento, en 1980 el gobierno revolucionario decretó el 20 de octubre como el Día de la Cultura Cubana. Porque fue un himno que sintetizó la rebeldía y ansias de libertad de un pueblo que definía su identidad propia, afianzada en sus raíces mestizas.

La Revolución iniciada entonces, de honda raigambre patriótica, era expresión también de cultura resistente.

La cultura es raíz

Son las fibras culturales las que unen y hacen fuerte y resistente al pueblo, con su memoria, sentimientos afines e identidad propia. Tan es así que, cuando los rigores de la crisis de los anos 90 pusieron a prueba la propia supervivencia de la Revolución, Fidel llamó a salvar la cultura como prioridad, porque es expresión de libertad y motor de desarrollo de la sociedad; que es diversa, pero aúna.

El impresionante acervo cultural propiciado por el proceso revolucionario es una de las fortalezas del socialismo cubano, y precisamente por eso es uno de los blancos predilectos del enemigo, con sus aires triunfalistas.

Pero Cuba tiene conciencia del sueño irrenunciable a formar un pueblo cada vez más culto, como lo refrenda la Constitución. Nuestro Himno Nacional nació en el fragor del combate por la independencia. Y también éstos son tiempos de batallas.