Buenos Aires, como toda gran ciudad, también tiene sus espacios abiertos al turismo, aunque eso no quiera decir que los porteños no visiten Caminito, un famoso callejón museo, o la Feria de San Telmo, una concurrida venta dominical al aire libre.
Caminito, que más allá del hálito comercial que rodea a sus tres coloridas cuadras, trata de conservar un paisaje urbano tradicional borrado por la modernidad, saltó a la fama por ser protagonista del famoso tango del mismo nombre, estrenado en 1926 con música de Juan de Dios Filiberto sobre un texto de Gabino Coria Peñaloza.
“Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar. He venido por última vez, he venido a contarte mi mal”, afirma la lacrimógena letra de aquella canción convertida en emblema del alma porteña y que, por iniciativa del pintor Benito Quinquela Martín y de un grupo de vecinos, pasó a denominar el paseo peatonal inaugurado en 1959.
El popular barrio de La Boca, que mira al Río de La Plata, es el escenario de ese tradicional pasaje, cuya entrada principal también está de frente al agua y a unas cuatro cuadras del conocido estadio La Bombonera, sede del club de fútbol Boca Juniors.
Antiguas casas, erigidas con madera y chapa, forman parte de un entorno que resguarda la tradición arquitectónica del conventillo argentino, un tipo de vivienda precaria que floreció en el barrio desde fines del siglo XIX, cuando se asentaron en ese sitio emigrantes genoveses, conocidos como xeneizes, apelativo que asumió más tarde el club Boca Juniors.
A propuesta de Quinquela, cuyo busto a tamaño natural está frente a la entrada del lugar, las casas se pintaron con colores brillantes, una costumbre que aún se mantiene y que distingue a Caminito del resto del ámbito barrial.
En unos 150 metros, en la confluencia de tres calles, se resume la cultura argentina, con una pátina turística, pues aunque es una verdadera galería a cielo abierto con obras de importantes artistas locales, allí predomina un mercado de artesanías y hasta los turistas pueden intentar dar unos pasos de tango guiados por bailarines tarifados.
Pero por encima del enfoque turístico no se puede ir a Buenos Aires sin pasar por Caminito, como tampoco se puede dejar de visitar la Feria de San Telmo, una extraordinaria venduta dominical al cielo abierto, cuyos casi 300 puestos de venta ocupan varias cuadras.
Aunque se calcula que en la actualidad la Feria es visitada cada domingo por unas 20 mil personas, la mayoría turistas extranjeros, en sus inicios, cuando se inauguró en noviembre de 1970, tenía apenas 30 puestos de venta de cosas viejas y antigüedades en un esfuerzo encabezado por el ya fallecido arquitecto José María Peña.
Peña, quien trabajó durante muchos años en el Museo de la ciudad, fue el impulsor de una idea que encontró respuesta entre los porteños en apenas tres semanas cuando alcanzó los 270 puestos de venta y desde entonces la Feria es una verdadera sala de exhibición al aire libre, en la que casi todo lo que se vende forma parte de las casas porteñas, aunque también aparecen artesanías.
Para montar un puesto hay que ganar un riguroso y transparente sorteo a medida que quedan libres los puestos, además de que cada tres meses otro sorteo dispone el cambio del lugar que ocupa cada vendedor.
Se dice que con el paso del tiempo y la experiencia semanal, los vendedores de San Telmo son capaces de identificar la nacionalidad de los turistas a partir de lo que adquieren y así los franceses se inclinan por el vidrio y el bijou, la llamada bisutería fina; los brasileños por los metales y objetos coloridos, los italianos por las joyas antiguas y los españoles por los abanicos, los mantones y las pinturas.
Sin embargo, es más fácil dividir a los paseantes entre compradores y curiosos, unidos todos por la intención de recorrer uno de los sitios más emblemáticos de Buenos y quién sabe si por hacer de una sola vez el viaje desde Caminito hasta la Feria de San Telmo.