Cuando se habla de los vínculos entre los Estados Unidos y América Latina los puntos de vista suelen ser discordantes, sobre todo en épocas en que el mundo va dejando atrás los esquemas hegemónicos tan arraigados en Washington y otras capitales del occidente absolutista.

Así, salta una Nikki Jály, ex embajadora gringa ante la ONU, calificando de “vergüenza” que a la más reciente cumbre las Américas no hayan asistido varios presidentes del área, toda vez que, a su juicio, cuando la Casa Blanca convoca nadie puede faltar al llamado.

Mientras, del otro lado, el mismísimo Papa Francisco, en una reciente entrevista, afirma que “América Latina será víctima hasta que no se libere de los imperialismos explotadores”, en una clara perspectiva de la tarea que todavía deben cumplir nuestros pueblos.

A simple vista

Lo cierto es que, sin que se pueda hablar en términos definitivos, y tras una larga pendencia histórica aún en marcha, el Sur de nuestro Hemisferio dista mucho de la “selva virgen” donde los explotadores foráneos hacían de las suyas sin respuesta.

La realidad regional es por tanto diferente a pesar de sus marchas y contramarchas, y en este mismo instante se hace evidente otra vez un alza progresista que sin dudas enlaza con la tendencia global a poner término a los tiempos de las imposiciones y de los soberbios regidores unilaterales.

Y en ese sentido, la batalla es clave en nuestro contexto, porque quienes validan la inmutabilidad nos siguen percibiendo, en nuestra amplia variedad, como seres andrajosos, ineptos, flojos e incapaces de volar en pedazos de una vez todo cerrojo.