La Habana, Cuba. – Si tomamos en cuenta que la Real Academia Española define democracia como el sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, no queda la menor duda: Cuba es una nación democrática.
Pero sigamos en contexto. Días atrás coincidí en la cola del pan con un amigo, quien se jactaba de vivir el sueño americano en Miami; y me sorprendió verlo sudoroso, mientras pedía el último en la fila. Al saludarlo me habló de soledades inimaginables: que trabaja doce horas para pagar la renta, que llega tarde en la noche y apenas descansa, que cena solo y tiene un carro moderno; pero no amigos.
Ahora Miami me confunde porque, casi en un susurro dice que, para escuchar la radio cubana a través de la internet, debe esconderse del jefe y cuidarse de los compañeros de trabajo, quienes dan la alerta de comunista, si lo ven acceder al mencionado sitio web. Vaya tierra de supuestas libertades que es Miami.
La democracia del odio
¿Cómo es posible que, desde el vendido como reino de la democracia se pueda ser tan imparcial? O estás conmigo, o eres mi enemigo, gritan. O dices que en Cuba hay una dictadura, o no pones los pies en Miami; ordenan.
A quienes defendemos la verdad en las redes nos dicen que aquí no se respeta la libertad de expresión, ni los derechos humanos; y si se les contradice, comienzan los insultos: ciberclaria, burro y oportunista, vociferan.
Luego, cuando quieres entablar un diálogo civilizado con los odiadores, te percatas que la mayoría reside en Miami, una tierra de supuestas libertades que solo funciona si practicas el discurso anticubano.
Respeto a todos, y creo, como dijera Martí que “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a pensar y a hablar sin hipocresía”. Entonces cubano, caramba; no permitas ultrajes contra tu Tierra, porque Cuba se lleva en el corazón y en el alma.