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Oleo del pintor Esteban Valderrama)

«Hasta hoy no me he sentido hombre», escribía Martí a sus amigos Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra. Era el 15 de abril de 1895 y hacía solo cuatro días que había llegado a Cuba para incorporarse a la Guerra Necesaria que él organizó.

Llegó junto a Gómez y otros cuatro compañeros en un bote, llevando el remo de proa, después de abandonar el vapor Nordstrand. Intuía, como dijo a Manuel Mercado, que estaba todos los días en peligro de dar la vida por la Patria.

Pero lo haría feliz, al sentirse igualado a curtidos combatientes como Maceo y el mismo Gómez, que lo ascendería a Mayor General en una improvisada ceremonia en medio del monte.

Iba Martí con rifle al hombro, machete y revólver a la cintura, una cartera con cien balas y un tubo con mapas de Cuba. En la espalda, la mochila con ropa y medicinas.

Al servicio de la Patria

Martí, que volvió a levantar en armas a los cubanos, no podía menos que ponerse al servicio de la Patria naciente y lanzarse a la Guerra Necesaria. Yo alzaré al mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador.

Para mi ya es hora, escribía a Federico Carvajal, unas semanas antes de incorporarse a la guerra en el Oriente de Cuba.

Intelectual como pocos, hombre de letras pero comprometido con la acción, el Apóstol sacrificó la vida tranquila del político por la incertidumbre del combatiente, pero lo hizo con la clara conciencia de que obraba por el bien colectivo.

Y sabía de los peligros, pero también del ejemplo, como escribió en su última carta al entrañable Manuel Mercado: Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad.