La Habana, Cuba. – El tema de la emigración, por su trascendencia, es oportuno que sea tratado constantemente por los latinoamericanos y particularmente por los cubanos.

Develar algunas cualidades que circunden el asunto y dan la posibilidad de comparar el costo-beneficio resulta vital en estos tiempos aciagos. ¿Cuál es el emigrado exitoso? o ¿cuándo el acto de emigrar es un riesgo? bien pudieran ser algunas preguntas que perfilen las interpretaciones que, de acuerdo a experiencias individuales, darían luz al asunto.

Aguzando los sentidos obtendríamos respuestas valiosas. Por ejemplo, el éxito del acto de emigrar transita porque el sujeto alcance en un breve tiempo estabilidad económica, progresos sustanciales en la calidad de vida, sostenibilidad, solidez y equilibrio emocional, a la par, seguridad social y una proyección personal que certifique la decisión.

Lo que brilla no es oro

De experiencias conocidas aprendemos que pasan años para que el supuesto éxito sea percibido por quienes quedan deshojando, del árbol de las ilusiones, la cruda verdad: el olvido.

La segunda respuesta, por su sentido práctico, define el peligro desde que la idea de emigrar aparece. Quienes deciden arriesgarse, comienzan por el patrimonio material, vaciando la canasta en la que generaciones anteriores acumularon sueños y sacrificios.

Luego vienen otros riesgos que transitan por la legitimación de la decisión ¿a quién culpo? Ahí aparece el culpable, puede ser el gobierno o el sistema.

El peligro se acrecienta cuando se confrontan internamente las culturas, la que llevó hasta el instante de la decisión y la que sostendrá la decisión.

Pocos llegan a interpretar la peligrosa verdad. Definitivamente, emigrar no es un cómodo oficio, exento de peligros espirituales, culturales y materiales.