La Habana, Cuba.- Hace pocos días, al anunciar el inicio de conversaciones formales entre su gobierno y el Ejército de Liberación  Nacional, ELN, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, hizo un énfasis especial en la posibilidad de que en breve dejen de existir las guerrillas en América Latina.

Y dicho así, sin mayores explicaciones, podría colegirse que se trata de que la región se vería libre al fin de una suerte de demonio que ha hecho tremendos daños a su realidad.

Sin embargo, si se busca en esa historia que hoy se nos convida a olvidar, pasar por alto y no tomar en cuenta en la pretendida nueva relación con el vecino del Norte, otras son las conclusiones que podemos sacar del hecho de que un día cercano los últimos movimientos armados populares del área pasen a la vida y a la lucha política.

La verdad inocultable

Lo cierto es, y forma parte de la memoria regional, que los movimientos armados de carácter popular fueron la única salida que en una época tuvieron a su alcance las masas expoliadas para intentar cambios positivos en sus respectivas sociedades.

La exclusión, la asimetría, la explotación foránea y oligárquica y la brutal represión, era cuanto conocían los pueblos latinoamericanos, impedidos de toda alternativa para proponer un cambio en tan asfixiante realidad.

Por tanto, la guerrilla no fue un producto de las mentes locas de fanáticos de la guerra, sino la única vía posible para intentar poner fin a las tropelías generalizadas del poder imperial-oligárquico.

De manera que lograr la paz implica mucho más que el formal fin de la guerrilla, y pasa por borrar las causas que la originaron.