La Habana, Cuba. – Las espantosas imágenes de seres humanos que se lanzaron al vacío desde los altos de las Torres Gemelas neoyoquinas, porque prefirieron retar a la providencia antes que ser abrasados por las llamas, definirá siempre a esta época.

Ideólogos estadounidenses han pretendido que el 11 de septiembre de 2001 fue un acontecimiento tan relevante y transformador como la rebelión de Espartaco o la de Lutero o la Revolución Francesa y las conquistas napoleónicas.

Pero es cada vez más verosímil la idea de que aquel acontecimiento resultó de una autoagresión largamente planeada, para confirmar la supremacía fascista de un imperio que se siente llamado a dominar el mundo, como antes el fascismo alemán esgrimió la teoría de la superioridad racial para someter a la humanidad.

La cadena del terror

Al suponer el espanto de las víctimas del 11 de septiembre, su consternación y terror en medio de las llamas y el desplome de ambos edificios, no puede uno sustraerse de imaginar el pánico de aquellos otros cuyas ciudades son bombardeadas, sus casas demolidas, sus hijos expuestos al ametrallamiento y el incendio.

Imagina uno el horror de quienes viajan en un avión que estalla en las alturas y sienten que la nave se precipita hacia el océano donde jamás se hallarán sus cuerpos mutilados.

Se imagina la consternación y el desamparo de los que sobreviven, en quienes nunca el dolor aplacará al odio que les viene de la impotencia.

Entonces se comprende que el 11 de septiembre –fabricado o real- es un eslabón más en una sucesión de terrores que no cesan.