Ponchar significa uno de los disfrutes más grande del béisbol, al menos para los lanzadores. Es el desquite perfecto ante el poderío de un bate, la guerra preferida con armas conocidas: curva, rectas, slider; la estocada mortal a quien viene dispuesto a decidir un partido.
Todo eso lo vivió a plenitud Faustino Corrales. Subía siempre al box con una serenidad y confianza envidiable, cual dueño de la situación desde el calentamiento.
Pocos serpentineros han tenido tan buenas aptitudes físicas. Alto, de brazos largos y con un movimiento elegante para cada envío. Su pierna derecha flotaba por delante de su rostro para tomar impulso y soltar endemoniadas curvas que hacían fallar una, dos, diez, veinte veces a sus rivales.
Nacido en Mantua, se convirtió en el zurdo más ponchador de la pelota cubana, ese acto de ver un swing al aire con el tercer strike o simplemente “retratar” al bateador en el home.
Inolvidables actuaciones
Dos hechos marcarían para la inmortalidad al siniestro vueltabajero Faustino Corrales. El primero ocurrió en el estadio Cristóbal Labra, de Isla de la Juventud, en noviembre de 1991, cuando le propinó a los pineros un juego de cero hit- cero carreras, el número 34 en la historia de nuestras temporadas.
Y si imborrable era el juego perfecto, nueve años después escribió con letras doradas un desempeño sin antecedentes no solo en la pelota cubana, sino internacional.
En la fría noche del 20 de diciembre del 2020, su curva describió decenas de veces ese recorrido imperturbable para engañar a los bateadores.
El control era inefable, al punto de no conceder boletos y “marear” strikes tras strikes a ¡Veintidos bateadores!, récord que dejó atrás los 20 del mítico Santiago Changa Mederos.