La Habana, Cuba. – Rafael Trejo González en la mañana del 30 de septiembre de 1930 vistió un viejo traje y sombrero de pajilla al que colocó la hoja del almanaque; dijo que la ponía porque ese día iba a entrar en la Historia de Cuba.

El vicepresidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho se dirigía a una manifestación en el parque Alfaro para de ahí seguir al Palacio Presidencial; en Jovellar e Infanta enfrentó a la policía y sonó una descarga: cayó sobre el pavimento repleto de casquillos.

La bala perforó pleura, la base del pulmón izquierdo, diafragma y lóbulo del hígado; el muchacho tenía veinte años y unas ganas tremendas de que su toga estuviera al servicio de la justicia.

En el hospital de Emergencias, donde falleció casi a las 10 de la noche, Rafael Trejo decía a su «vieja»: «No te muevas de aquí, que esto dura poco. Me voy, mima, y no regreso más».

Palabras de Pablo

También herido en la manifestación y llevado a Emergencias, Pablo de la Torriente Brau después relató su encuentro con Rafael Trejo en el hospital.

Escribió: “Yo no podré olvidar jamás la sonrisa con que me saludó Rafael Trejo cuando lo subieron a la Sala de Urgencia del Hospital Municipal, sólo unos minutos después que a mí, y lo colocaron a mi lado (…) su sonrisa, con todo, me produjo una extraña sensación indefinible”.

Agregó que era como si le volviera la cólera de la pelea a pesar de la sangre perdida, porque sabía que Trejo, con sus 20 años poderosos, se moría. Oyó al médico decir: “A aquel pobre muchacho no lo salva ni Dios. Tiene una hemorragia interna”; y su sonrisa le llegaba como un adiós que recibía en condiciones de angustia invencible.

Por último, Pablo de la Torriente narró que Trejo se fue muriendo y él lo descubría por el silencio.