La Habana, Cuba. – La riqueza arquitectónica del Malecón Habanero es conocida en todas las latitudes del mundo.

Extendido entre dos emblemáticas construcciones, la torre de la Chorrera, al oeste, y el Castillo de La Punta, al este, acoge una mezcla de edificios históricos, monumentos y esculturas. Quizás, el Malecón de La Habana es el símbolo más universal y uno de los sitios más visitados de la capital.

A lo largo de esa gran muralla, durante años se han desarrollado escenas de gran júbilo en la capital, como es el caso del Carnaval habanero, celebración en la que se fusionan costumbres y tradiciones en medio del colorido de carrozas, la alegría de las comparsas y un pueblo que disfruta a ritmo de la contagiosa música.

La belleza arquitectónica del Malecón, la fresca brisa que atrae a locales y transeúntes, convierte a esos 8 kilómetros de largo en la más popular entre las principales arterias de la ciudad.

Identitario de la capital

No son pocos los que llegan al Malecón habanero a tomar el fresco de la noche o simplemente a dejar correr el tiempo entre el tránsito de la avenida y los vendedores ambulantes.

Contemplar el mar azul, las olas que rompen a lo largo del muro, los buques de paso, o el rostro de un par de enamorados apreciando el crepúsculo, hace de ese gran balcón el sitio más emblemático de la capital.

Ni siquiera el fulgor del caliente sol logra disipar su encanto en las tardes veraniegas. Lugar de encuentro entre amigos y familias; donde pescadores, pregoneros y músicos comparten el oficio.

En las noches, mientras la luna se asoma al mar, el Malecón se convierte en una parranda colectiva, donde los jóvenes aglomeran y una agitada vida social lo engalana.

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