La Habana, Cuba. – Desde su incorporación a la Guerra de los Diez Años, cuando el llamado de La Demajagua se propagaba por el territorio oriental, hasta su caída en combate el 7 de diciembre de 1896, en los campos de  San Pedro, Punta Brava, Antonio Maceo Grajales evidenció una pasión consciente por la independencia.

Era el sueño que anhelaba materializar con el esfuerzo exclusivo de los cubanos. Para el gestor de la Protesta de Baraguá, la Patria era un sentimiento de familia, de cuna.

Tras su alistamiento en Ti Arriba y en reconocimiento a su tesón, fue promovido al grado de sargento.

Esta característica, junto a su conocimiento del terreno y la adaptación a este de un modelo estratégico de desarrollo de la guerra, lo identificaron como un hombre colosal.

Baraguá, la ruta a seguir

Hombre de figura atrayente, como lo  calificó el poeta Julián del Casal, el Titán de Bronce era un magnífico jinete y un hábil manejador del machete.

De hablar pausado y mesurado en sus juicios, mucho aprendió Maceo con Máximo Gómez, quien fuera el maestro militar del corajudo joven. Juntos, libraron campañas militares y acciones de guerra de gran envergadura.

En referencia a Maceo y a su posición ante el Pacto del Zanjón, se acota esta idea suya: “Existe negociación cuando se hacen concesiones que no afectan los intereses del pueblo. Cuando se hacen concesiones que afectan los intereses del pueblo hay una capitulación”.

La Protesta de Baraguá le dio la razón a Maceo a la vez que señaló la ruta a seguir. La experiencia frustrada que significó la Guerra Chiquita no hizo flaquear su voluntad.

Lecciones de dignidad

Maceo no solo era ímpetu, sino también sagacidad y astucia, puestos de relieve en las numerosas acciones combativas en las que participó, las 26 heridas que recibió su cuerpo y el coraje y lucidez mostrados durante 28 años dedicados a la lucha independentista.

Quien viera la luz el 14 de junio de 1845 era también un hombre de principios, una persona respetuosa, decente y muy humana.

El 7 de diciembre de 1896, el Lugarteniente General del Ejército libertador libraba su último combate. Al lanzarse contra las avanzadas enemigas, cayó mortalmente herido. A su lado, intentando rescatar su cadáver, dejó la vida su joven ayudante Panchito Gómez Toro.

A 125 años de su muerte, sus ideas fecundas lo sobreviven.

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