La Habana, Cuba. – Desde su silla de ruedas, un anciano se negaba de manera vehemente a entrar de nuevo en la Sala de Rehabilitación, transformada por estos días en el hospital para la atención de casos graves de Covid-19 en el municipio de Bejucal.

Quería morirse en su casa, al lado de su familia, decía a las enfermeras. Pero la desesperación en el rostro del paciente octogenario se esfumó al escuchar a Adrián, el clínico, quien con mucha paciencia se agachó a su lado y le explicó que se gestionaba a nivel provincial el arribo del interferón que necesitaba.

¿Quién le dijo a usted que se va morir? ¡Si ya está entero, mi viejo!, le animó el galeno. Con la esperanza iluminando su otrora preocupada faz, el anciano permitió que el médico empujara su silla de ruedas de regreso a su cama y su balón de oxígeno.

Y no le faltaba razón al clínico, hoy ya se le ve recuperado y feliz.

Palabras que salvan

Todos en Bejucal saben quién es Adrián, el clínico, aunque muchos no logran reconocerlo cuando lo ven sin los métodos protectores que debe ponerse para evitar el contagio.

A pesar de los cientos de pacientes a los que consulta a diario en un pueblo que ha enfrentado un fuerte rebrote de Covid-19, Adrián atiende a cada uno con paciencia y toques de humor que alivian la alarma.

A veces se le nota cansado, cuando él mismo no puede solucionar los requerimientos de espacio, de medicamentos, de oxígeno. Pero su expresión se transforma y se agacha siempre con palabras afables al lado de las camas en las que permanecen los casos más graves.

Con infinita dedicación ha logrado que muchos pacientes pierdan el miedo, que se alimenten bien y se sientan seguros. En el día, no descansan ni él, ni el estetoscopio colgado en su cuello, ni el oxímetro que carga.

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