La Habana, Cuba. – En mayo de 1964, Robert MacNamara, secretario de Defensa de Estados Unidos, llegó a Saigón para reforzar los planes de la guerra contra Viet Nam.

El joven Nguyen Van Troi trazó una estrategia para castigarlo, pero al considerar que iba a casarse en breve, sus compañeros no le permitieron participar en la operación; sin embargo, fue capturado al terminar de minar el puente de Cang Ly, por donde circularía MacNamara.

Eran las 10 de la noche del 19 de mayo de 1964; detenido y torturado durante cuatro meses, el asesinato fue el 15 de octubre, en el patio de la prisión de Chi-Hoa, en Saigón.

A las 9 y 50 de la mañana, Nguyen Van Troi habló con los periodistas y declaró: «Quiero vivir y luchar como un comunista»; 9 minutos más y su cuerpo vestido de blanco se arqueó en el poste.

No le tengo miedo a la muerte

Integrante de la Unión de Juventud Popular Revolucionaria y de una unidad especial en acción armada, Nguyen Van Troi manifestó que llevaba en su corazón odio incontenible hacia los enemigos de la patria, y que en Saigón continuaría la obra revolucionaria de su padre.

En la mañana de su muerte, reafirmó: Quiero infinitamente a mi patria, no puedo dejar que los yanquis pisoteen nuestra independencia. Aquel junco indoblegable resistió vejaciones sin perder el ideal supremo de la libertad, y momentos antes de ser fusilado, dijo a un cura y a un monje budista: No tengo nada de qué arrepentirme.

Nguyen Van Troi, el vietnamita de quien en nuestro país llevan su nombre escuelas, fábricas y plazas, también había manifestado: No le tengo miedo a la muerte.

Siento solamente no poder continuar la lucha de liberación de mi pueblo y realizar el ideal de mi vida.