Los últimos días, en el sanatorio de Bonn, en Alemania, Robert Schumann los pasó sin alucinaciones: sencillamente su mente perdida quedó sin conocimiento.

Por fin, el veintinueve de julio de mil ochocientos cincuenta y seis, a las cuatro de la tarde, el artista dejó de existir y, con ese adiós, también se apagaron los tormentos, la locura y las ansias de suicidio.

El “Músico-poeta” hubiera querido convertirse en el mejor pianista de Europa, pero una lesión en un dedo de la mano derecha terminó con la ilusión y dirigió sus fuerzas creativas a la composición; en la actualidad, es considerado uno de los más representativos del Romanticismo musical.

Junto con Frédéric Chopin y Franz Liszt, Robert Schumann conformó la tríada de los creadores de la melodía-armonía-ritmo; entre sus obras se destacan Amor y vida de una mujer, Escenas de niños, El nogal y La flor de loto.

La brillante Clara y el fracasado Robert

Como ha sucedido muchas veces en la historia, quien fue famoso entre sus contemporáneos no siempre alcanzó igual gloria en la posteridad.

Así, Clara Wieck, esposa de Robert Schumann, no es recordada por méritos excepcionales, a pesar de que en su época fue pianista brillante y respetada como prodigio musical; en tanto, su compañero, músico pobre, desconocido y fracasado como profesor y director de orquesta, es hoy uno de los grandes entre los grandes.

Pero Clara, más allá de homenajes breves, distinguió siempre la genialidad de Robert y pese a la oposición paterna, se casó con aquel hombre de atormentados sentimientos.

Catorce años después del matrimonio de Clara Wieck y Robert Schumann, aparecieron los síntomas de locura en el músico, quien diagnosticado con melancolía psicótica, falleció de neumonía a los cuarenta y seis años.

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