El director de Orquesta de Cámara de Boston, Nicolás Slonimsky, dijo en la década del 30 del siglo XX que Amadeo Roldán Gardés había hecho por la música cubana, lo que Stravinsky por la de Rusia.

Compositor, profesor, violinista y director de orquesta fue este hombre nacido en París, quien años más tarde adoptó la ciudadanía cubana de la madre.

Fumador contumaz, el 2 de marzo de mil novecientos treinta y nueve falleció a los 38 años de edad, víctima de un cáncer facial que lo desfiguró; dejaba tras él una obra en la que sobresalen la fusión y síntesis de los elementos étnicos integradores de nuestra identidad nacional.

Amadeo Roldán Gardés expresó su deseo de un arte nuestro, continental, digno de ser aceptado universalmente, no por el caudal de exotismo que en él pudiera existir, sino por su importancia intrínseca y su valor como obra de arte.

La audacia de incoporar instrumentos

Uno de los mayores aportes de Amadeo Roldán Gardés fue la incorporación de instrumentos afrocubanos al arte sinfónico nacional.

Y lo relevante del hecho es que les otorgó carácter protagónico y productivo en la obra musical, explotando en los instrumentos de percusión todas las posibilidades técnicas.

Considerado junto a Alejandro García Caturla como pionero del arte sinfónico moderno en Cuba, de Amadeo Roldán Gardés sobresalen obras como Tres pequeños poemas, La Rebambaramba, El Milagro de Anaquillé, y sus Rítmicas.

Como la más famosa de sus partituras quedó La Rebambaramba, presentada en México, París, Berlín, Budapest, Los Ángeles y Bogotá.

De esa pieza de Amadeo Roldán Gardés, un crítico de la ápoca expresó que era un musicorama multicolor que convierte una fiesta afrocubana en una magnífica exhibición de meloritmos del Caribe.