El hombre pequeñito, de blanca guayabera, sombrero de pajilla y bastón finísimo de cedro, le ganó una buena partida al tiempo y cumplió ciento un años.

Ese fue Sindo Garay García, de nombrarlo, a la memoria llegan cálidos recuerdos de melodías de siempre: La Bayamesa, Perla marina y La tarde, piezas que compuso durante una larga vida de bohemio empedernido, de cantor de pueblo, de defensor de la autenticidad nacional.

Nació el más grande trovador en Santiago de Cuba, murió en La Habana en julio de 1968, y fue sepultado en Bayamo, como había pedido.

El Gran Faraón de Cuba, como le llamó el poeta Federico García Lorca, creó complejas canciones en textos y melodías y legó cerca de setecientos números. En su testamento lírico, Sindo Garay García anotó: “Lo único que dejo a mi patria son mis canciones”.

Patria en Sindo Garay

La patria era para Sindo Garay García compromiso y sentido deber; de niño fue correo mambí y durante la Guerra de Independencia cruzó a nado la bahía santiaguera varias veces, y una vez dijo: “Los cubanos éramos mambises desde que nacíamos”.

Aquel hombre, máximo exponente de la canción trovadoresca, comentaba con orgullo haber dado la mano a José Martí en 1895 cuando llegó como emigrado a República Dominicana, y la de Fidel Castro la estrechó cuando ya había cumplido los 94 años.

Al bautizar a su hijo Guarioné, el cura se escandalizó con el nombre y el cubano de pasión siboneyista le contestó que venía del martirologio indígena.

Quien es un mito de la cultura nacional, declaró: “Lo más grande que tengo es ser cubano”; Sindo Garay García confesó también: “Primero hay que hacer Patria, para luego hacer música”.

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