La Habana, Cuba. – En escuelas cubanas, mientras recibe las primeras clases de una manifestación artística que va más allá de la técnica depurada, cada alumna de ballet tiene un sueño.

Anhela, sobre todo, vestir algún día el traje de tonos azules y corpiño, que después cambiaría por un vestuario blanco y vaporoso.

Sueña con el estallido de aplausos apenas se asoma por la puerta de su humilde casa, o con estremecer de emoción cuando, al conocer que ha sido engañada por su amado, enloquece y muere, pero antes, en señal de perdón, le tiende sus brazos. Cada estudiante de ballet sueña, en fin, con convertirse alguna vez en Giselle.

Y claro está, desea alcanzar la grandeza de Alicia Alonso en el mítico personaje que ella hizo suyo como ninguna otra en su época, y en el cual debutó por azar hace hoy 77 años, en el Metropolitan Opera House de Nueva York.

Alicia es Giselle

Este año -cuando Cuba y el mundo celebran el centenario del nacimiento de Alicia Alonso- es imprescindible recordarla como Giselle, esa joya del ballet romántico que convirtió en una obra maestra por su interpretación personal del personaje y por su exquisita versión coreográfica.

El montaje que ella hizo para el Ballet Nacional de Cuba es todo un referente mundial, por su cuidado del estilo, por su concepción dramática. Porque Alicia probó siempre que el ballet es mucho más que técnica.

Ahora los audiovisuales nos devuelven su baile prodigioso en Giselle, en el primer acto como la alegre campesina que muere al saberse engañada; en el segundo, como el espíritu de aquella joven que perdona, en vez de vengarse.

Es la trasmutación escénica que siempre emociona. Es una lección inspiradora para quienes, ahora mismo en sus clases, sueñan con ser Giselle como Alicia.