La Habana, Cuba. – Cuán hermoso resulta ver el cariño de los padres hacia sus hijos, a quienes prodigan el amor de múltiples formas, dedican todo tipo de cuidados, y atienden en infinitos detalles.

Pero no debemos hacer que ese inmenso cariño que se siente hacia ellos, ciegue al extremo de abrumarlos con demasiadas atenciones, convirtiéndolos en el centro focal de la familia.

Cuando se mima en exceso a un niño, se corre el riesgo de hacerlo dependiente de los demás.

El problema de la sobreprotección se asocia, generalmente, al hijo único, lo cual no quiere decir que todos los unigénitos sean seres sobreprotegidos. Muchos menores en esta situación “privilegiada”, a quienes tanto pueden favorecer las diferenciaciones paternas, no son jamás tímidos ni malcriados.

Amor e inteligencia en buena dosis

Las familias marcadas por el síndrome de la sobreprotección harían bien en buscar dentro de la historia familiar de origen los motivos de tal conducta.

Si el niño o niña viven rodeados de personas que se lo hacen todo, probablemente no aprenderán a resolver por sí mismos ni siquiera sus más simples necesidades, siempre pedirá ayuda y dependerá de otros.

Si lo colman de mimos y caricias, se sentirá desolado cuando esté lejos de las personas queridas. Si se le evitan las situaciones difíciles, se asustará ante cualquier cosa y sufrirá lo indecible en un ambiente extraño.

Por lo tanto, junto con el amor, la inteligencia también debe guiar la crianza y educación del infante. Con frecuencia, encontramos actitudes sobreprotectoras en muchas familias, evidenciadas, en mayor medida entre las madres.

Convertirlo en un adulto seguro

Las actitudes sobreprotectoras comienzan a manifestarse  desde que el niño nace, y se van consolidando hasta convertirse en una forma de relación estable entre el adulto y el menor, que no es consciente en ninguno de los dos.

Así, el problema de la comida del menor se convierte en un asunto “capital” para estos padres absorbentes, quienes otorgan tanta importancia a que el niño o niña coma bien, que hasta temen por su salud si lo ven desganado y tratan obsesivamente de que aumenten de peso.

Estas tendencias se aprecian también en las preocupaciones paternas para que el muchacho no corra, salte o trepe, por miedo a que le ocurra algo.

La vida plantea situaciones que el niño debe enfrentar con valentía, si queremos que llegue a convertirse en un adulto seguro. Precisa meditar sobre estas cosas.