Opinión gráfica: Periódico Granma

A las innumerables batallas que se acometen en estos tiempos se suma una igualmente necesaria e inaplazable.

Se trata de los esfuerzos porque permanezcan y se desarrollen los valores positivos de la conducta social.

Nos referimos a los modos de actuar, las formas de cortesía y respeto, en fin, a los buenos modales, esos que manifiestan el grado de cultura y el nivel de educación alcanzado por cada individuo.

Como ser social, el ser humano está obligado a observar ciertas normas, devenidas principios de elemental cumplimiento cuando nos desenvolvemos en colectividad.

En tales circunstancias, el vocabulario, la entonación, los ademanes y otras actitudes, son elementos que se deben cuidar y de los cuales hablaremos en estos minutos.

Corregir los errores

El habla es un recurso que la naturaleza ofreció solamente al hombre; éste se encargó de refinar su lenguaje y lo enriqueció y diversificó.

Sin embargo, ahora, cuando la obra está acabada, pareciera retroceder su creador.

Olvidando el estadio de su civilización, hay quienes se lanzan a un primitivismo más salvaje que el que nos antecedió, e insisten en deteriorar su expresión oral.

El ser humano creó normas que a diario son violadas por personas que ponen en entredicho su pertenencia a esta época moderna.

Hay, pues, quienes conversan a gritos, acompañan la palabra con gestos y ademanes exagerados, interrumpen los diálogos, palmotean en el rostro del interlocutor o ríen escandalosamente.

Se precisa, entonces, llamarlos a colación y enrumbarles el camino, por él y por los demás.

Por la comunicación correcta

La claridad, el ritmo adecuado y la voz moderada, son factores esenciales de toda conversación.

Esta no incluye solamente la corrección en el habla, sino también al escuchar y responder.

Ha de evitarse interrumpir a la persona que usa de la palabra, hay que atenderla y cuando termine, entonces intervenir.

En todas las épocas siguen siendo obscenas las frases soeces; ellas hacen desagradable el diálogo.

Aburre y desanima el abuso de muletillas como “bueno”, “vaya” y otras.

Cuando el tema no nos interesa, resulta censurable hacer gestos que denoten disgusto. Y para no caer insoportables, no hablemos demasiado de nosotros mismos.

No es difícil poner en práctica estas reglas, muchas de las cuales se desprenden del sentido común.