Hace pocos días una niña de siete años caminaba junto a su madre por un parque habanero y mientras observaba la estatua de un prócer mambí, preguntaba expectante: ¿Mamá, ese hombre fue a luchar a la guerra? La madre dio un sí rotundo y rápido como respuesta, pero dejó vacío el sendero de la explicación.

Y la niña, sin demasiado miramiento y sin pensarlo mucho, estampó la interrogante de mayor valor: ¿Y por qué fue a luchar entonces? ¿Por qué se arriesgó a tanto? Ante un silencio que sobrevino por unos instantes, la mamá asestó con un golpe certero de palabras: porque amó a Cuba, porque quería una Revolución como la que nosotros tenemos, porque quería el bienestar para su tierra, y eso era lo que le tocaba y podía hacer por su país en el momento en que vivió.

Todos los que quieren a su tierra la defienden con valores, con decencia y le ponen el alma y el corazón, dijo la madre ya emocionada.

Vivir con gratitud y pasión por la Patria

Con la lección que nos deja el interesante diálogo de la madre y su hija por un parque habanero, es posible abrir entonces múltiples caminos a la reflexión, caminos que nos demuestran una vez más la importancia de educar en valores desde las edades tempranas.

Y educar es, en cierta medida, mostrar la vida pasada con el aliento de la gratitud y la pasión por la Patria. Sí, porque la historia de quienes nos antecedieron ha de representar una permanente inspiración para las presentes y futuras generaciones de cubanos.

De ellos venimos y hacia ellos hemos de ir, con la grandeza de sus actos, con el patriotismo y el honor de defender lo nuestro como principios de cabecera.

Por ello, querer a Cuba, más que una afectuosa invitación, es hacer de una visita a un parque, por ejemplo, una atractiva manera de hallarnos con lo que fuimos, somos y seremos.