La Habana, Cuba. – En el proyecto social A Cuba hay que quererla  surgen historias dignas de compartir y de admirar, como la del mecánico de cocinas Pacheco, quien brindó sus manos voluntarias para reparar la estufa del círculo infantil Para empezar a vivir, en el capitalino barrio del Vedado.

Mediante las redes sociales, Desireé Yaguno, profesora de Derecho de la Universidad de La Habana, lanzó el llamado de urgencia y tras un primer contacto presencial, la respuesta no se hizo esperar.

Con algunas herramientas y sobrada voluntad, el mecánico acudió a la sede de la calle 17 entre 14 y 16, devenido centro de aislamiento para niños sospechosos de Covid-19.

Cuál sería la sorpresa de Pacheco cuando, al abordar el taxi que lo trasladó, comentó con el chofer su propósito y resultó que el taxista tenía un hijo albergado en el mismo centro asistencial; de la casualidad brotó una entrañable y solidaria amistad.

Cuando el dinero no cuenta

Conocido apenas por su sonoro apellido, Pacheco, el mecánico que hizo funcionar de nuevo la cocina del círculo infantil Para empezar a vivir, valoró el gesto del taxista agradecido que no quiso cobrarle por llevarlo hasta allí.

Con la colaboración de donantes que ofrecieron materiales para la reparación, la cocina del actual centro de aislamiento capitalino luce como nueva y garantiza la comida caliente para los niños que aguardan por el diagnóstico médico.

Enterados de problemas constructivos en la vivienda de Pacheco, los líderes del proyecto social A Cuba hay que quererla, ahora concretan acciones para reparar la casa de ese hombre humilde, que no  escatimó esfuerzos para contribuir a una causa noble.

Amor con amor se paga, y más en tiempos de pandemia, en que los agradecidos juntan corazones y enaltecen actos de filantropía seguros de que, en Cuba, todos somos familia.