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Destacar la obra de Sindo Garay es exaltar la cancionística tradicional cubana.

Destacar la obra de Sindo Garay es exaltar la cancionística tradicional cubana. Como casi todos los cultores de la trova, Sindo trabajó la canción y lo hizo con libertad rítmica, aunque tiene en su trayectoria musical alguna que otra tonada criolla, guaracha, bambuco influenciado por el quehacer colombiano, con un estilo singular.

Nacido en 1867 en Santiago de Cuba, no contaba con formación académica cuando supo ganarse un sobresaliente lugar en la trova tradicional. Creador de más de 600 obras que retratan la idiosincrasia cubana; entre sus temas destacan su admiración por su tierra natal, los paisajes, las mujeres y el amor.

En la mayoría de sus canciones y boleros se evidencia la libertad con que manejaba los bajos fundamentales en la guitarra, como hacía los matices y la dinámica de sus propias creaciones.

Sus letras revelan belleza poética. Fue una voz notable, que recibió innumerables homenajes y reconocimientos después del Triunfo de la Revolución.

Entre sus composiciones más importantes figuran “La tarde”, “Perla marina”, “Rendido”, “Labios de grana”, “Clave a Maceo”, “Retorna”, “La baracoesa”, “Adiós a La Habana”, “Mujer bayamesa”, “La alondra”, “El huracán y la palma”, “Fermania”, “Rayos de oro”, “Tardes grises”, “Ojos de sirena” y “Guarina”.

Se nutrió de grandes ídolos de la música cubana como el respetable Pepe Sánchez, de tal manera que con solo diez años compuso la primera canción. Bebió también de la música culta que generalmente pudo conocer asistiendo a conciertos sinfónicos, óperas y zarzuelas. A partir de esa formación  se convirtió en un compositor de muy ricos recursos melódicos y armónicos, a partir de los cuales concibió espectaculares canciones.

Los amores posibles, su constante deslumbramiento por la mujer y su gran vocación patriótica, son algunos de los temas fundamentales de sus versos.

Sindo Garay sobresalió, además, por sus acompañamientos con armonías enlazadas a la perfección, por la profundidad melódica y armónica, la exactitud de los sonidos sensibles.

Empleaba las melismas, en la melodía y en la armonía, y era el único que sabía usar  los cromatismos y la cadencia evitada, sin olvidar que, en sus segundos, enfatizaba la agógica, que es el alargamiento de los tiempos fuertes que tienen notas esenciales y el ligero aceleramiento de los tiempos débiles, y presionaba a su hijo Guarionex para que lo imitara, por lo que el dúo de Sindo y Guarionex ha sido único.

Ese gran trovador cubano fue un genio popular. Toda la música cubana la elaboró en su cabeza, su garganta y sus manos sobre la guitarra. Para él un papel pautado con notas musicales no tuvo más significado que el de un misterioso jeroglífico indescifrable. Sólo a partir de su desmesurada sensibilidad y capacidad para sintetizar y reelaborar hechos sonoros, pudo, desde su desconocimiento de la técnica musical formal, efectuar excelentes obras.