La Habana, Cuba. – De cualquier manera, Girón iba a ser una victoria del pueblo en Revolución, contra los peores representantes de la dictadura recién derrotada,  que el imperio utilizó.

Pero la prontitud, esas sesenta y ocho horas en que se frustró la maniobra política intervencionista, fue triunfo de excepción. Pues allí, en el terreno recóndito y difícil donde desembarcaron, fue Fidel a combatirlos en persona. Y quien venciera como guerrillero a los adalides de la oligarquía, coordinó las armas de un ejército moderno para causarles otra derrota aplastante.

Logística, artillería, tanques, infantes y aviación, todo en un solo plan. Primero la infantería cortó el avance y mantuvo a los invasores bajo presión, para impedirles consolidarse. La aviación, con golpes precisos, castigó a los invasores mientras protegía a los revolucionarios desde el cielo.

No vuelven: Se escapan

La artillería, de la cual Fidel explotó el alcance y flexibilidad para obviar dificultades de terreno, machacó al oponente, incluso en el mar, para aislarlo.

Los tanques, como el puño blindado que son, se clavaron en la profundidad del enemigo para dividirlo, según orden explícita de mojar las esteras en el mar. Y en la retaguardia, todas las vías eran aseguradas, también por indicación del jefe máximo, con lo cual ni obstrucciones, ni sabotajes inmovilizarían los recursos.

Tan imbuido y en control estaba Fidel de la situación, que cuando el último día un oficial observó movimiento de barcos y botes, y temiendo otro desembarco pidió refuerzos, el Comandante en Jefe respondió con certeza “Lo que se te quieren escapar, agárralos”. Contra esa claridad de pensamiento dirigiendo a un pueblo digno, los lacayos del imperio no podían durar.