La Habana, Cuba. – Numerosos fueron los obstáculos que tuvo que vencer José Martí para preparar la guerra que entendió necesaria e inevitable por la independencia de Cuba.

A la oposición de reformistas, autonomistas y anexionistas -a muchos de los cuales asustaba la devastación que causaría la Revolución en sus haciendas y negocios- se añadían las imperfecciones que habían dado al traste con los diez años de la contienda iniciada en el 68: el caudillismo, el regionalismo, el racismo…

El fracaso de La Fernandina, expedición en cuyo alistamiento Martí había depositado todas sus energías, podría haber anulado a un líder vacilante.

Pero el Delegado del Partido Revolucionario Cubano se sobrepuso a esa angustia para reanudar los preparativos del alzamiento.

En silencio tenía que ser

El 29 de enero de 1895, Mayía Rodríguez, en nombre del general Máximo Gómez, Martí como Delegado del Partido Revolucionario Cubano, y Enrique Collazo, representante de la Junta de La Habana, emitieron en New York la orden de alzamiento para la segunda quincena de febrero.

Aunque era el alma y el armador de la Revolución, Martí se reservó el segundo lugar en el documento, priorizando el prestigio del Generalísimo.

Recibida la orden por Juan Gualberto Gómez, delegado del Partido Revolucionario en Cuba, la Junta de La Habana fijó como fecha del alzamiento el 24 de febrero.

Burlando la vigilancia española, trasladándose en barcos de vapor de un sitio a otro de la Isla, los revolucionarios llevaron las órdenes a todos los jefes de la insurrección.

El regreso a la manigua

A lo largo de toda Cuba reverberaba el ansia de reanudar la insurrección, por lo que la orden de alzamiento, anhelada mucho tiempo, fue recibida con júbilo por los revolucionarios.

Sólo los pusilánimes autonomistas y reformistas trataron vanamente de disuadir a los alzados de que renunciaran a sus fines.

El domingo 24 de febrero, primero del carnaval de 1895, grupos de hombres a caballo se concentraron en diversos puntos de la Isla, desde La Habana hasta Guantánamo, para reiniciar la guerra interrumpida por el Pacto del Zanjón. Para la Revolución, ya era hora.

A pesar de la muerte de Martí y Maceo y cientos de patriotas, no sería aún la hora de la independencia, frustrada por la ambición de un nuevo imperialismo.