La Habana, Cuba. – Muy rápido comprendió José Martí el papel central de los trabajadores en la batalla por la transformación nacional.

Se viene encima, amasado por los trabajadores, un universo nuevo, escribió en el diario hondureño La República, en agosto de 1886, cuando lo acosaba el sueño libertario. Unos meses después, como testigo de la ordalía de los Mártires de Chicago, narró con espeluznante realismo el cumplimiento de la pena de muerte contra aquellos hombres que pedían la jornada laboral de ocho horas.

Poco a poco comprendió que aquella lucha estaba emparentada en algún sentido con sus propios ideales de justicia e independencia.

Esa sea quizás la razón por la que Martí confiado recurrió a los humildes tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso para acopiar los recursos de la Guerra Necesaria.

Igual compromiso

Como mismo los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso cerraron filas junto a Martí, toca ahora apretar el cuadro alrededor de Raúl y Díaz-Canel.

Aunque la emblemática Plaza de la Revolución de La Habana es el epicentro lógico de la sacudida política del Primero de Mayo, a lo largo y estrecho de la nación, también se marcha para confirmar el respaldo a un proyecto autóctono que ha crecido a contracorriente de todo.

Nuestras plazas, incluso la del más remoto rincón de Cuba, han sido trincheras en el último medio siglo para defender un sueño que ha sobrevivido en la unidad de la nación, reinterpretada brillantemente por Fidel como antes solo lo hizo Martí.

Por eso, esta también es otra Guerra Necesaria, como aquella del Apóstol, en la que los más humildes trabajadores pusieron su suerte al lado de la Revolución.