La Habana, Cuba. – Compositor, pianista, director de orquesta, profesor y arreglista, el austro-húngaro Franz Liszt no tenía reparos al afirmar que era mejor ser cualquier cosa en el mundo, menos músico mantenido por los ricos.

Referencia entre los clásicos de todos los tiempos, su hacer integra más de mil 300 piezas, entre originales, transcripciones y arreglos para piano, orquesta, órgano y coro.

Considerado el pianista técnicamente más avanzado de la época y prestigioso compositor, ayudó al desarrollo moderno del arte, fue benefactor de compositores, artistas, intérpretes y ejecutantes, y uno de los representantes de la Nueva Escuela Alemana.

Nacido el 22S de octubre de 1811, en la provincia de Sopron, legó la invención del poema sinfónico y el recital de piano como se conoce hoy. Franz Liszt soñó con “ser una de las ramitas de la corona de laurel” de su patria.

Lisztomanía

La Fiebre Franz Liszt o Lisztomanía se afianzó en Europa a partir de 1842. Las mujeres en frenesí hacían pedacitos pañuelos de seda y guantes de terciopelo del compositor, para guardarlos como recuerdos.

De personalidad magnética, sus interpretaciones llevaban al público a un estado de éxtasis místico. La Lisztomanía, iniciada el año anterior, en Berlín, llegó a tal punto de histeria que algunos seguidores arrancaron cuerdas al piano después de concluir el concierto.

Junto a esta leyenda, también es cierto que el pianista concedía gran parte de sus ingresos a la caridad y causas humanitarias como hospitales, escuelas, organizaciones benéficas y el Fondo de Pensiones de Músicos de Leipzig.

Franz Liszt no cobraba por sus clases y aportó para la construcción del monumento a Beethoven, la Escuela Nacional de Música húngara y la catedral de Colonia.