La Habana, Cuba. – Asalto al Congreso, desórdenes, violencia, el ejército en la calle, caos social … el escenario no es Venezuela, ni siquiera Haití. Es nada más y nada menos que Estados Unidos, el pretendido Templo de la Democracia occidental. 

Donal Trump, que alentó con una arenga a una turba de partidarios, cierra así cuatro años de un mandato extraño, alocado y sin principios, regido por el voluntarismo y la mentira.

Las vergonzosas escenas vistas en el Capitolio son el atisbo de un pensamiento de ultraderecha, que roza con el fascismo, y que es impulsado por un grupo de políticos republicanos pendientes del humor y de los tuits del mandatario. Es una respuesta a la frustración de un sector al que la Administración Trump deja como herencia haber perdido la presidencia, y la mayoría tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes.

Trump, el culpable

Más allá de la responsabilidad directa de Donald Trump al convocar a una marcha de partidarios en Washington, el asalto al Capitolio evidencia la grave fractura política, social y racial que marca hoy  a Estados Unidos. 

No se puede soslayar el hecho de que el «trumpismo» es una fuerza política importante que arrastró a unos 74 millones de electores, poco menos de la mitad de los 150 millones de votantes.

Esa masa crítica ha estado en constante agitación por parte de un presidente al que poco le importa mentir para obtener sus fines, aunque sea reclamar sin pruebas un fraude electoral y agarrarse a la butaca del Salón Oval de la Casa Blanca. 

Trump  es culpable de romper las reglas y hacer que hasta la OEA del inefable Almagro reciba con estupor ese intento de golpe legislativo como regalo de Reyes.