La Habana, Cuba. – Yo soy el martillo del mundo y por donde pisa mi caballo no crece más la hierba. Esa frase, atribuida a Atila, el rey de los hunos, bien puede caracterizar la gestión de la administración que hoy deja la Casa Blanca.

En cuatro años de mandato, Donald Trump llevó adelante una política exterior en la que Cuba fue uno de los países más perjudicados. Deshacer casi todo lo que se había avanzado en las relaciones bilaterales fue el centro del saliente gobierno de Estados Unidos.

Por eso, desde allá nos impusieron unas 200 sanciones y nos generaron en un año pérdidas por más de 5 mil millones de dólares, un récord negativo que pesa como una gigantesca losa sobre la economía nacional.

Ninguna de las  doce administraciones que han pasado en estas seis décadas apretó tanto el bloqueo, pero ni Trump pudo rendirnos, aunque nos complicó la vida.

Romper el orden

Más allá del ensañamiento con Cuba y Venezuela, la administración Trump aplicó una política exterior que entorpecerá el trabajo del gobierno entrante.

Ese es el resultado de decisiones sobre Medio Oriente que complacen a Israel, al considerar a Jerusalén como capital sionista, y dificultan la recuperación de un acuerdo nuclear con Irán. Además aceptó la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental y levantó las limitaciones diplomáticas a Taipei, en violación de lo pactado con China, país con el que inició una agria guerra comercial.

Mención aparte para el abandono de entidades internacionales, como la Organización Mundial de la Salud o el Tratado de París sobre Cambio Climático.

Son ejemplos de la ruptura del orden internacional promovido por Trump, un presidente que por donde pasó, no volverá a crecer la hierba.