Es muy posible que, la Cumbre de las Américas realizada apenas días atrás en Perú, resulte la despedida política definitiva de semejante engendro.

En efecto, las reuniones, cuya primera vuelta tuvo lugar en Miami en 1994, como intento de Estados Unidos por reapretar clavijas al Sur del Hemisferio, no solo han revelado fehacientemente las sucias intenciones de Washington con respecto a nuestros pueblos, sino además se han convertido en un espacio de batalla directa entre los opresores del Continente y aquellos que aspiran a su total independencia.

Fue así, en la Cumbre de Mar del Plata, Argentina, donde líderes como Hugo Chávez y Néstor Kichtner encabezaron el fin de los planes imperiales de convertirnos en mercados literalmente esclavos de sus transnacionales.

Fuera de las garras

La admisión de Cuba en las Cumbres de las Américas, lograda por la presión y la lucha de los gobiernos progresistas del área, algunos de ellos hoy defenestrados y agredidos con extrema rabia, sin dudas configuró un nuevo escenario dentro de esas reuniones.

Se trataba de incluir una voz tradicionalmente comprometida a fondo con la suerte de América Latina, y por tanto sin ataduras ni compromisos retrógrados para decir, juzgar y opinar con total libertad y honestidad.

Por demás, los pueblos poco a poco han copado los espacios dedicados a la titulada sociedad civil, al punto que su actividad y su resonancia supera hoy por mucho a la de aquellos estadistas que acuden a esas citas a rendir cuenta a Washington y sumarse a sus actos agresivos y políticas injerencistas.

Esa y no otra es la nueva realidad.