Marco Rubi ha dejado a un lado los ataques contra Venezuela para, de manera solapada, darle cranque al presidente norteamericano.

Empeñado en labrarse una carrera presidencial, el senador Marco Rubio tiene ahora obsesión con revertir la política de Estados Unidos hacia Cuba.

El pequeño Marco, como lo llamaba Trump despectivamente, ha dejado a un lado los ataques contra Venezuela para, de manera solapada, darle cranque al presidente norteamericano.

Una cena por aquí, un encuentro por allá, una llamadita oportuna y el senador floridano ha logrado colarse en la Casa Blanca y soplarle a Trump al oído toda la bilis anticubana para darle vuelta atrás a lo avanzado en el camino de la normalización de relaciones con La Habana.

Otros dos comparseros de la derecha anticubana, Carlos Curbelo y Mario Díaz Balart, también empujan el carro que hala Rubio, quien por cierto se olvida de que durante la campaña de nominación republicana calificó como un estafador nada menos que al mismísimo Trump.

Escondiendo lo evidente

No es justo, y mucho menos racional, que un pequeño grupo intente doblegar la voluntad de la mayoría y eso es lo que quiere ahora Marco Rubio cuando trata de cambiar la actual política de Estados Unidos hacia Cuba.

El ultraconservador senador, que sueña con sentarse en el Despacho Oval de la Casa Blanca, esconde bajo la alfombra que el 65  por ciento de los estadounidenses apoya el acercamiento a Cuba.

Como si fuera poco, incluso 6 de cada 10 republicanos respalda la flexibilización de las restricciones de viaje y el comercio con la isla.

La actitud aviesa y embelequera  de Marco Rubio hace recordar a Yago, el turbio personaje de Shakespeare que engaña a Otelo hasta llevarlo al crimen. Lo único que ahora no se trata de celos, sino de complicar el futuro de toda una nación dispuesta a resistir lo que venga.

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